(En memoria de esas vecinas y esos vecinos que generosamente tendían sus manos para ayudarnos a transitar los caminos de la Patria en pos de un ideal)
Hacía unos meses que era maestra y había logrado mi primer trabajo, ya avanzado el año, en una escuelita rural, cerca de Durazno.
Totalmente feliz, iba en la vieja bicicleta verde, desde el barrio del liceo, donde vivía, hasta mi destino, transitando por la ruta 14 vieja.
Recuerdo que mamá siempre decía: -cuando agosto viene lindo, ¡es lindo!- y ese agosto había sido particularmente de días hermosos, casi primaverales.
El camino de tierra por el que yo pasaba a diario, tenía partes bastante maltrechas, por lo cual varios días antes de finalizar el mes, las máquinas de la Intendencia habían estado trabajando.
Esa mañana amaneció lloviendo, pero sin dudarlo me puse el pilot , las botas de lluvia, envolví bien el recién estrenado portafolio en un nailon, subí a la bicicleta y partí rumbo a mi escuela.
Iba todo bien, hasta que llegué al lugar donde habían estado trabajando con las máquinas. Desde lejos pude ver el camino de tierra rojiza- ahora totalmente removida- lleno de charcos de agua.
Hasta ahí llegué, porque con la bicicleta era imposible avanzar. Me bajé de ella convencida que a pie iba a poder recorrer las cuadras que me faltaban.
Cuando apoyé los pies en el suelo se hundieron en el barro que se adhería a ellos, impidiéndome caminar. A eso se sumaba la bicicleta a la cual no podía mover. El tiempo se detuvo ahí paralizándome: no sabía qué hacer.
No sé cuanto rato estuve atrapada por el barro, aguantando las lágrimas. Pero cuando la desesperación llegaba a su punto máximo, sentí una mano reconfortante, que se estiraba para ayudarme.
A través de la cortina de agua pude ver a doña Ofelia y a don Manuel, antiguos vecinos de la zona, quienes desde la ventana de su casa, observando el camino, habían visto mi peripecia y habían acudido en mi ayuda.
Mientras Ofelia me cobijaba con su abrazo y enjugaba mi llanto, que ahora sí, brotaba, escuché a don Manuel que decía:- Y SE VINO NOMÁS, SANTA ROSA, NO FALLA.