Era una noche cruel, el viento soplaba sin parar, yo me encontraba en mi cuarto aturdido y sin poder dormir, miro la estufa sin parar como pidiendo una respuesta a todas las preguntas que se me venían a la mente. En un pestañar de ojos estaba en lo Largacha comprando cosas como un sonámbulo. La fila para la caja era larga, eso me irritaba mucho y me hacía traspirar. Mi cabeza estaba en otro planeta, mientras la gente me pechaba como meteoritos en el espacio. Volví por un instante, la fila no avanzaba, había quedado atrapado. No me podía ir, calculo que eran cosas imprescindibles lo que iba a comprar: Vino y tabaco.
Me acerco para poder solucionar la situación, veo a un señor muy abrigado.
– Cuatro puchos… 51, dijo. Largacha almacenero de unos setenta años, notó algo raro en su voz.
– ¿Eres mayor? pregunto. El señor demoró unos segundos en contestar, con voz cortada dijo: – Si. Largacha se puso los lentes porque no veía mucho. Le pidió que se sacara la gorra y la bufanda. Le volvió a preguntar: – ¿cuántos años tenés mierda? Fui a intervenir, pero las palabras no salieron de mi boca, parecía que estaba mudo.
– Diez, contestó el muchacho. Le miró y no podía creer. – ¿Sos vos Carlitos?, le dice Largacha. – Dile a tu Abuela que no te mande mas a comprar cigarros. ¡Tomá, solo por hoy te los vendo!
Carlitos salió en la noche oscura, los fantasmas se asomaban en la esquina. Volví al final de la fila a seguir mutando hasta que llegara mi turno. Cuando quedaba una persona, ya me estaba saboreando el tinto.
Entra una señora muy enojada. – ¿Qué te pasa conmigo?, le grito a Largacha. Él la mira, parece que el reloj se detuvo en el tiempo con el cruce de miradas y nacía un amor eterno. – ¿Qué pasa señorita?, pregunta tartamudeando.
-¡Deje de molestar a mi familia! ¡Mire como esta afuera es un infierno! Deme unos caramelos y a mi nieto no le dice nada más, sino voy a tener que colocarlo en su lugar. Terminó de decir eso, colocó los caramelos en su paño oscuro y se retiró.Yo quede hipnotizado mirando a la señora y a las gotas de lluvia que reflejaban en la luna, hasta que me encandilaron, me rasco los ojos con mucha rapidez y me encuentro al lado de la estufa con la botella de vino vacía.