La bolsita de tela atada con piola y llena de coloridas bolitas de vidrio, en una mano o colgada a la cintura.
La juntada de gurises, y algunas gurisas también entreveradas, donde hubiera una vereda de tierra y el goce de lo lúdico que marcó nuestras infancias.
Quiénes pueden olvidar esto, solamente aquellos que han nacido ya en un mundo digital.
Las partidas del juego con la ilusión de bocharle a los contrarios la mayor cantidad de esas maravillosas piezas.
Hacer el hoyo y decidir quién tira primero, las reglas venían ya con cada uno.
Y en ese derrotero al hoyo ir quedándose con algunas bolitas de los demás.
Las rodillas apoyadas en tierra, las manos mugrientas de repasar la cancha donde se iban posicionando las bolitas en esas tardes sin horas y sin límites.
Todo, de a poco, se fue perdiendo y menos mal que recordamos y lo podemos escribir aunque más no sea para conservarlo mejor.
Un pasado donde las emociones eran sencillas pero auténticas.
Por favor, no me vengan con la play y su universo de mentira.