¿QUIÉNES SOMOS?

Veneno carmesí

por | 30 Abr, 2025

El aire salado arrastraba pequeñas olas a la orilla y el sol a punto de esconderse se reflejaba en el agua como polvo de estrellas. 

El joven muchacho dejó caer su mochila en la arena y se quedó de rodillas junto a ella, mientras el veneno carmesí que le brotaba de las entrañas y se mezclaba con el bronce rojo del atardecer. El odio y la ira triplicaban el zumbido en sus oídos, el ardor en su pecho.  

Dejarlos ir fue su mejor decisión, su única oportunidad y la razón por la que el bullicio a su alrededor desapareció, junto con la imagen de una hermosa mujer de pelo oscuro y piel trigueña que comenzaba a formarse frente a sus ojos. 

Perdió la fuerza en los brazos y ambas manos le cayeron a cada lado, apenas podía mantener la frente en alto. Pero la chica de ojos infinitos se arrodilló con él y le sostuvo el rostro mientras las lágrimas arrastraban la tierra que ensuciaba sus mejillas.

“¿Por qué lloras amor mío?”, le preguntó la chica secándole la piel con sus manos, tan suaves como el terciopelo, pero firmes y esperanzadoras. 

Un sollozo abandonó su garganta cuando intentó responderle y ella le puso una mano en el pecho haciendo desaparecer el mundo a su alrededor, las gaviotas despavoridas, el romper de las olas, los choques y estruendos, el martillar de su corazón e incluso el aroma metálico que inundaba el aire se perdieron en la galaxia que eran los ojos negros de la muchacha. 

“Te fallé, mi amor… te…”, la voz le temblaba demasiado, cada palabra se sentía como lija arrastrándose por su garganta. 

Ella lo envolvió en un abrazo, su tacto era lo único que le impedía derrumbarse y él ni siquiera era capaz de devolverle el gesto. No tenía fuerza para hacerlo, apenas conseguía sentir la presión del contacto sobre su ropa, apenas conseguía sentir algo que no fuera dolor. 

“Nunca podrías fallarme, amor mío”, las palabras resonaron como un canto en su mente, como un recuerdo aún vivo en su interior apunto de desvanecerse.  

“No, no te vayas, no me dejes. Por favor…”, quiso decirle, pero en ese punto su lengua ya estaba completamente entumecida. La chica le sonrió con amor y le susurró un par de palabras al oído. 

“Por favor, yo también te amo…”, dijo la voz en su cabeza, pero ya era demasiado tarde. La joven amante del muchacho ya se había convertido en polvo ante sus ojos, y su vestido blanco se había marchado volando con las gaviotas. 

El pobre chico dejó caer su rostro y las lágrimas lo inundaron. 

Como un eco, un par de pasos se oyeron a su espalda y de repente el caos regresó, como un momento de claridad antes de caer en la locura. 

Las granadas acababan con decenas de soldados y hombres inocentes yacían con el corazón de piedra tendidos en la arena. 

El joven estaba demasiado aturdido como para notarlo, tenía el cuerpo tan entumecido que no sintió el metal besarle la nuca. Sin ser consciente de que aquel era su último suspiro, se dejó llevar por el peso de su cuerpo para encontrarse con el vacío. Y ya no quedaba más que un río de veneno carmesí manchando el suelo.