De los personajes que deambulaban por la barraca, uno destacaba por lo singular: el Nené Rosado.
Un hombre rudo, de trabajo, de complexión gruesa pero pequeño de estatura, no medía su fuerza.
Bajaba las bolsas de portland del camión Dodge del 40 y las estibaba en el galpón. Esa era su tarea, dura, rutinaria, que matizaba con comentarios graciosos y una cañita en el boliche de la esquina, al cerrar la jornada laboral.
Era un personaje inefable, pero a pesar de la rudeza en el trabajo, era un hombre simpático, “bien dado”, que hacía reír por sus salidas espontáneas y oportunas.
El Nené corría carreras de bicicletas, era un ciclista de fines de semana.
Un lunes, llegó a la barraca diciendo que había salido tercero en la carrera del domingo. Dudoso comentario ya que nunca salía entre los primeros, más bien en el pelotón de los rezagados.
Quien era un ilustre ciclista era “Formenta”, de quien se recuerda la anécdota de cuando “embaló” en una de las bajadas en las empinadas calles serranas y se vio sorprendido por una velocidad que no podía controlar.
Dicen que mientras literalmente volaba, aferradas las manos, agarrotados los dedos en el manillar y pegado al asiento gritó: “-Sujetenmén o abran cancha!!!!”.
Pero el Nené no era, precisamente, un ciclista galardonado, por eso, cuando contó que había salido tercero en la carrera del domingo, en la barraca hubo fiesta.
El patrón organizó un asado bien regado de vino para festejar la hazaña.
En plena celebración le preguntaron al protagonista cuántos ciclistas habían corrido el domingo, a lo que el Nené respondió:
“- éramos tres nomás y yo salí tercero”
Había en el galpón de la barraca, un entrepiso donde se colocaban las bolsas de semillas, de portland, de pedregullo.
Un día el Nené estaba trabajando cuando dio un traspié y cayó desde esa altura al piso.
Fue un accidente terrible.
Corrieron sus compañeros y al ver que sangraba llamaron a la emergencia.
Mientras constataban que estaba consciente llegó la atención médica. El patrón se había acercado a su cara para hablarle e intentar que hablara.
El médico consideró una fractura de cráneo sin pérdida de conocimiento.
Cuando lo subían a la ambulancia, tomó la mano del patrón y con voz animosa le dijo:
“- Menos mal, Don Pepe que me caí de cabeza, sino me rompo los pies.”