Los cabezudos nos llegaron como una costumbre del Viejo Mundo donde son comunes en muchas festividades populares de varios países.
Representan a personajes de cuentos y leyendas del folklore de aquellas latitudes y sobresalen por su altura por encima de la gente en bailes y desfiles.
En nuestro carnaval, son muñecos – cabeza y parte del tronco – realizados con papel y engrudo sobre una base de alambre o varillas de mimbre o madera, el cuerpo se completa con un tubo de tela a la manera de vestido con una abertura por donde puede mirar la persona que desde dentro lo maneja con una bastón largo con el cual puede moverlo.
Y aquí recordamos a dos viejos artesanos en esto de hacer esos seres de tamaño, a veces extraordinario, “Tanicho” Pérez y Don Burgues, entre otros.
El niño lo mira desde su reducida métrica al cabezón vestido por una simple túnica de colores, que se sacude, como intentando representar una coreografía, y se inclina ante el público.
Sorpresa y miedo hasta que la manita del pequeño toca el duro cartón pintado y con su inocencia le devuelve el saludo, y asombro al darse cuenta que también son humanos.
En los viejos corsos, los muñecotes realizados en dependencias municipales, eran transportados por gente humilde que de paso se hacía unos pesitos para la leche de los gurises, y otros para el vino.
¡Presencié cierta noche una pelea entre dos cabezudos!
El corso venía desarrollándose con normalidad por la calle 18 de Julio que se veía llena de personas con sus disfraces, los hoy recordados mascaritos, el sonido de matracas y silbatos, y la música en algunos carros alegóricos.
De lejos se veían sus cabezas que se embestían, como aquellos caballeros del medioevo, cada tanto y al llegar frente al lugar que ocupaba con mis padres, una mesa en la vereda de la Confitería “Catalana”, volcaron los dos cabezudos sobre la calle y salieron de entre las túnicas los dos antagonistas que se tomaron a golpes de puños.
Parece que la cosa venía de antes y explotó durante el desfile.
Rápidamente intervino la autoridad y los detuvo.
Sobre el hormigón las dos cabezotas mostraban sus sonrisas pintadas como queriendo olvidar el bochorno mientras el desfile carnavalesco continuaba pasando por su costado.
Esa noche se me cayeron dos ídolos.