¿Dónde están?
¿Dónde están?
¿Cómo conjugar el dónde
con el estar?
¿Cómo conjugar la libertad
sin libertad?
¿Cómo conjugar el ver
sin el ver?
¿Cómo conjugar la vida
con la vida arrebatada?
¿Cómo conjugar el caminar
sin el andar?
¿Cómo conjugar el abrazo
con la ausencia del que no
está?
Cómo…cuántos cómo sin
conjugar.
Las preguntas no descansan.
El sonido de un grillo en un
rincón tampoco.
Recuerdos de mi infancia
En aquellos años chicos
entre mate dulce y galleta malteada
nació la ilusión del músico.
Las canciones prestadas
se humedecían entre sorbo y sorbo
y escasez de azúcar.
Yo soñaba con serlo
frente a un espejo desteñido,
que apenas fotografiaba
mi rostro.
Los baños cortos
y espaciados
también fueron testigos.
Un poco más acá,
con los años más largos
me llegó el fracaso
del músico, quizás
por la falta de azúcar
o por la llegada de un espejo
Sin prisa.
La mujer camina descalza
sobre el suelo húmedo, maltrecho,
discontinuo.
Ella camina sobre las cáscaras
de huevos aún frescos sin sentirlas.
La mujer camina…camina, ahora
desnuda, con su cuerpo flaco
sobre sus pies nómades, ávidos
de andar, de sentir el sufrimiento al pisar,
sobre el suelo agrietado, las raíces aéreas,
sobre las piedras que se asoman
para achicarle el paso.
La mujer camina sin sentir el dolor
que su rostro sí expresa.
No mira atrás, no quiere hacerlo, resiste,
sólo quiere caminar y llegar.
En el silencio de su andar,
el cansancio descansa sin jadeos.
Finalmente llegó, se rio, lloró
al ver que no caminaba sola.