¿QUIÉNES SOMOS?

Poemas

por | 17 Jul, 2024

Pájaros

Mi alma descansa en el sonido roto de un gorrión.

Hay un pájaro herido sobre el lecho del monte.

El follaje sufre la ausencia sonora de la parvada,

en la huida se quiebran miles, millones de alas

en su intento de esquivar las ramas que se interponen

achicándoles el paso hacia la meta

El bosque está revuelto, todo suena desafinado,

no hay armonía en el vuelo ni sincronización en los movimientos.

Ojos, cabezas, cuerpos, patas, alas, picos, músculos

no se encuentran, el tiempo no espera.

El tronco firme, la rama cómplice, la hoja fresca

ya no son un refugio seguro,

ellos también están sufriendo.

Allá arriba colgado sobre una nube chueca

un halcón observa, escucha,

primero el estruendo luego el fuego,

y la huida descolorida de un Churrinche

abriendo el paso a los que vienen detrás.

El Cardenal intenta avivar el canto,

una Ratonera avizora la ruta de salida,

el Chingolo lleva un poco de agua a los picos sedientos,

la Lechuza apura la noche para proteger el escape.

Arriba el halcón despliega sus alas

anunciando su bajada en picada en el salvataje

de un Pájaro Carpintero con el pico incrustado

en un tronco que se niega a soltar.

Abajo sigue el caos.

Los estruendos no paran, el fuego crece,

los odios se juntan,

sálvese quien pueda chilló un Colibrí.

El monte resiste como puede,

los fogonazos no cesan, caen de a uno, de a cientos,

miles, millones, pero él resiste,

debe proteger

los unos, cientos, miles, millones, de plumajes,

trinos, colores, cantos, silbidos, que le dan vida

cada día antes de amanecer

y asegurar a la flor que será engendrada antes de terminar la noche.  

Mi alma se desgarra en el sonido roto de un gorrión.

Sin metáforas

Agitadas

las sábanas se desperezan en sonrisas

y en los gemidos que aún no acallan.

Y yo con ellas.

En su último suspiro

lanza el sol su reserva de luz

sobre los cuerpos ahora agotados.

Y yo con ellos.

Al final del túnel un perro ensancha su sonrisa

debajo de un árbol viejo.

Y yo con el.

El vaso con agua en tu mesa de luz

no apagará los incendios que están por despertar.

Ahí estás tú.

En lenguas de fuego

desciendo por tu nuca blanca,

sumergido en los delirios de tus piernas flacas.

Implora tu cuerpo los aullidos del agua

envueltos en burbujas prontas a estallar.

Tú y yo.

Me descubro en la oscuridad de los silencios,

en el descanso de una silla rota.

La paz se rompió

el día que alguien irrumpió sin permiso

en el enjambre de mis pensamientos tímidos y oscuros.

Ya no sé lo que dijo

cuando no estás.

Mi madre y su silencio

Exasperante, exacerbante por momentos, necesario en otros.

Allí andaba en su rutina diaria, un delantal sobrio señalaba su estatura baja,

un pañuelo simple envolvía su cabello crespo, dejando ver su rostro alargado,

casi cobrizo, resaltando aún más su dentadura blanco marfil.

Ella y su escoba de chirca, amigas obligadas, socias inseparables

en las siestas veraniegas.

El patio obligaba, tierra suelta, el agua en forma de lluvia

brotaba de sus manos pequeñas, un tanto gastadas,

lo hacía suave, delicada en su balanceo.

Es que el ritual era así, humedecer la tierra, polvo aquietado

y enseguida la chirca acariciando el suelo.

Todo está listo.

El árbol y su sombra, el patio, una mesa con un mantel

que apenas la vestía, en el centro un plato cubierto

por un repasador con años encima, escondía los sabores dulces.

El mate azucarado con una pizca de café, señalaba que eran las cinco en punto.

Allí mi madre y su silencio.

Ausencias

Un cuarto oscuro sin fisuras,

solo una, apenas una,

por donde ingresa un haz de luz sin prisa,

arropando un lecho vacío,

otrora refugio de los amores sin nombres,

de una cama tibia ahora abandonada.

Todo está ahí, estructura de madera, vacía ,rota,

al igual que mi alma ahora.

La habitación se agiganta,

la luz empequeñece el lecho,

ya no hay testigos que atestigüen la espera interminable,

los gemidos inconclusos, los sueños que nunca llegan,

el tiempo muerto en un lecho también muerto.

La habitación oprime, la oscuridad ahoga,

la luz se desvanece,

una cama deshabitada pide clemencia

por las infidelidades no contadas,

por los llantos anónimos sin finales,

todo está ahí.

Menos tú.

Un balcón

Mi balcón es un depósito

de anuncios sin responder.

Las ventanas permanecen entreabiertas.

No sé cuándo cayó la primera,

la segunda y tercera piedra,

sobre los vidrios resentidos

anunciando tu presencia.

Un balcón puede ser muchas cosas,

un lugar para estar, para soñar, mirar,

para esperar.

No sé cuándo cayó la última,

porque yo decidí dormir y sellar

las ventanas por si acaso.

Los muertos

La pasividad de los muertos

asusta cuando nadie brinda

por ellos.

Sin velorio, sin rezos,

sin llantos, ni cura,

sin lloronas, sin una esquela

de despedida, el muerto

en nombre de todos los muertos,

hora descansa sin los apuros          

de las vidas por vivir.