Lili, te lo escribo acá por si algún día te olvidas de cómo tu padre te enseñó a hacer su budín de naranja.
Hoy es un día de otoño lluvioso y frío, los árboles van perdiendo ya sus hojas; el suelo verde de nuestro patio, luce manchones marrones y amarillos dándole un color especial mientras la luz del sol se filtra diáfana por entre las nubes. Si te hubieras acercado a la ventana, hubieras visto un breve arcoíris que se veía sobre el horizonte al sur. Pero no lo hiciste, en cambio no apartarse ni tus ojos, ni tus oídos de tu padre.
Volví de la ventana y me senté en el sillón, frente a la tele, mientras también los observaba a ustedes de reojo. Tu mano izquierda volaba sobre esa libreta, anotando todo. Un bowl grande, licuadora, espátula, mezclador, cuchillo, cucharas, medidor, colador, rayador y la budinera. Harina, royal, naranjas, chocolate, vainilla, huevos, aceite, azúcar común e impalpable, y limón.
Tu padre te pidió que rayaras el chocolate mientras él picaba las naranjas y las ponía en la licuadora junto al azúcar, los huevos, el aceite y un toque de vainilla. Recuerdo que esperó a que terminaras de rayar el chocolate para repetirte los pasos una vez más y los pudieras anotar con cuidado y precisión en tu libreta. Luego encendió la licuadora, obligándome a pausar la serie; ambos se echaron una mirada cómplice con una breve sonrisa, como si molestarme fuera parte también del divertimento. No me molesté.
Cuando tu padre terminó con la licuadora, un poco de la masa amarillenta pasó de la espátula a tu nariz. Tu padre se ocupó expresamente de que pudieras constatar la consistencia exacta de la masa antes de verterla en el bowl de vidrio. Te pidió que sostuvieras el colador por encima del bowl. Tú te subiste a una de las banquetas y estiraste tu cuerpo sobre la mesa para llegar. Él colocaba la harina, luego la royal; mientras tú lo dejabas caer como nieve sobre la masa. Luego te mostró cómo usar el mezclador y también te dejó hacerlo a ti; fue hermoso, ambos se divertían mucho.
Cuando terminaron de mezclar tu padre se ocupó de dejar caer la masa en la budinera, mientras a ti te pidió que fueras esparciendo el chocolate que habías rayado. El budín fue al horno y ustedes dos se me sumaron en el sillón para que tú hicieras el glasé conmigo.
Para cuando el budín estuvo pronto ya te habías dormido, pero aun así tu padre te despertó para que le pusieras el glasé y los probaras, y eso a ti te hizo muy feliz.
Espero que jamás te olvides de ti misma con el chocolate caliente apoyado en el marco de la ventana, el budín en tus manos y en tu boca; mientras tu mirada se perdía en cada gota de lluvia.