Aquel hombre poseía un don increíble que se cotizaba a cien pesos la consulta. Era el curandero del barrio, tiraba el cuerito, curaba el mal de ojo y daba inyecciones.
Todo lo enumerado antes constituía su metier.
Claro está que para cada consulta se agregaba algún pesito más según qué mal o dolencia había que conjurar.
Atendía en una piecita contigua a un viejo gallinero.
Tenía su clientela que era de todas las clases sociales, desde peludos en alpargatas hasta alguna profesora que se bajaba de un chevrolet brillante por aquellos años de los 60.
Respetado y consultado el tipo, un día, se le dió por agregar a su menú el tema de la adivinación y la clarividencia y puso en práctica toda su energía, y como dijo alguien, también su rostro.
El hombre no le hacía asco a nada, tanto te espantaba algún dolor como te decía lo que te iba a acontecer en los meses venideros mirando la borra del café sobre el sucio fondo de una vieja taza de aquellas esmaltadas, negras con pintitas blancas.
Ustedes se preguntarán cómo hacía para ver la borra si la taza era oscura, pero él la veía, sí.
Pero como la ambición atrae al hombre, a este lo atrajo tanto que lo llevó hasta las cuerdas de su osadía y un día se puso a mirar el cielo cuando estaba nublado y de ahí te sacaba una predicción más exacta que la de la borra de la café, con sólo mirar y analizar la nubosidad.
¡Qué lo parió! como decía aquel perro de historieta.
Nuestro recordado curandero era poseedor de una notable pareidolia.
No confundir con pedofilia, Dios libre y guarde!
A la pucha, y eso qué diablos quiere decir?
Jacinto tenía una gran capacidad de ver cosas que nosotros, los mortales y de a pie, no podemos ver, en la forma de las nubes, las manchas de humedad y la borra del café.
Tanto le tomó el gusto al negocio que puso en la puerta de su boliche un cartel que rezaba: “Por adivinación de calidad no venga los días despejados o lluviosos”, tomá, hasta márquetin tenía!
Y aunque muchos de ustedes no me crean, este chamán de barrio supo hacer sus buenos pesos con la necesidad de la gente que volvía al consultorio en caso de que diera en el clavo, cuestión esta última que a ciencia cierta nunca se pudo comprobar.
Punto (.) y final.