Organizamos un viaje familiar durante todo el año, mi tarea era que llegara el auto en condiciones. Lo venía ocultando hace un tiempo que el loco no andaba bien, lo notaba desganado, sin fuerzas, en los repechos me dejaba regalado, era como subir una montaña del Everest.
Llegó el día, de madrugada salíamos hacia el océano, una familia reconstruida con pedacitos de momentos encastrados en un puzle que le faltaban muchas piezas. Después de muchos debates sobre la hora de salida coincidimos en descansar un poco y salir a las 4 de la mañana.
Noah fue el primero en despertarse o capaz que no durmió. Llego al cuarto. ¡Nos vamos! gritó. Son la una y cuarenta, tenemos 20 minutos para salir, dijo.
Salimos por la Ruta 5, un largo viaje nos esperaba, antes de llegar a Sarandí Grande me di cuenta que la quinta no funcionaba, decidí llevarlo en cuarta a cien quilómetros por hora, bien tranquilo, por momentos parecía que se iba a desarmar el 600.
Pensaba parar en todos lados, pero veníamos como el viento, recién en Rocha paramos a cargar combustible, compramos un parlante con micrófono, otro sueño hecho realidad, ahora si podía rapear sin parar durante todas las vacaciones.
Miré el mapa muchas veces, calcule distancias, rutas, parajes. Pasamos por Castillos, los repechos de la Ruta 16 parecían que nos comían como Molinos o Dragones.
Pasamos por Aguas Dulces, entramos a Valizas, pueblo encantado, divino, traicionero, me regalo las mejores alegrías y los mejores cagasos de mi vida. Pasamos por el Rey de la milanesa, doblamos en el León y pasando la Laguna de los patos estaba La Casa de los Bichos.
Era de madera con techo de paja a dos cuadras de la playa. Entramos, lo primero que me sorprendió fueron los cangrejos colgados en cuadros como trofeos, las telas de arañas no podían faltar en ningún rincón de la casa.
Lo primero que hice fue tirarme en la hamaca paraguaya, el botija más chico jugaba imaginando historias, de repente escuchamos el cántico de los grillos, tanto que parecía que estaban conmigo abrazados.
El grillo se acerco, con una voz aguda me dio la bienvenida, me dijo que tenga cuidados con los cascarudos que son traicioneros, me contó lo que habían hecho, parece que un cascarudo se fue con un grillo de paseo y lo jodió con unas hojas.
Cuando quise acordar el grillo desapareció por arte de magia, así comenzaba mi día en La Casa de los Bichos, luego fuimos con Beatriz a comprar las provisiones más importantes; Chela fría, repelente y salamín.
Las calles de Valizas al medio día parecen como la lava de un volcán que está a punto de explotar. Volvimos a la casa con más sed que con la que salimos, al llegar a la portera un pato nos viene a saludar. Salía del Lago con mucho calor, me increpa, resulta que la última vez que vine le había quedado debiendo la entrada de una fiesta que había organizado. Yo ya venía con unas chelas arriba, re bien, re manija, saco plata de la billetera, le entrego las dos gambas, seguimos caminando, dando a entender que después hablaría con ese pato.
Al entrar a la casa los chicos estaban bien, en sus cosas, la tecnología que le dan en las escuelas, los aíslan a los pibes, pero esto puede ser bueno en vacaciones, mas cuando uno quiere estar tranquilo.
Parecía que el reloj se había descontrolado, que la aguja tenía prisa, cuando quisimos ver ya era de noche, armamos una carpa para que duerman los bichos en ella, en algún momento entraban los güirises a hacer video llamadas o a jugar juegos de lógica. Yo pase estupefacto en la hamaca paraguaya mirando el arte de un picaflor que vino a contarme lo simple de vivir entre flores y rosas.
Fuimos a la playa a contemplar las olas, la arena y el sol que te quema como si fuera tu peor enemigo, caminando por la orilla vimos a algún lobo que se olvido de volver al agua y era comido por los cuervos y águila.
Llegamos a la casa, mientras se bañaban, me fui a buscar el mejor pan casero de Valizas, me quedaba cerca a una cuadra, al entrar a la rotisería, ya veo su ausencia en la vitrina, el panadero me dice que en una hora salen calentitos.
Fui a dar una vuelta por el centro con la esperanza de poder conseguir en otro lado, llego a la principal, me encuentro con un compañero de la vida que lo conocía pero no recordaba de donde, me convida con mate y conversamos un largo rato. Me comento algo de un tal San Pedro, pero en el momento no le preste atención.
Sigo caminando, las calles parecían que se afinaban, el viento me pegaban como sables en el pecho, levantaba los brazos, parecía Maradona saludando a la tribuna en Italia.
Cuando quise acordar estaba en la playa, ya era de noche, el agua era hielo, me tire en la arena, comencé a mover los brazos para arriba y para abajo. Estaba en un viaje astral, mi alma volaba libre por el meta verso que yo mismo me había inventado.
Retomo la conciencia un diez por ciento, me acuerdo del pan casero, de la casa de los bichos, de mi gente que me estaba esperando para comer o para que haga el asado en el parrillero.
Me vuelvo por la principal, las luces de los focos me encandilaban, me costaba mantener el ritmo hacia mi objetivo que era llegar a casa. Por fin llego, no había nadie, ni muebles, ni gente, ni asado, ni auto. Era un desierto de madera con arañas, cascarudos, mariposas negras, gusanos, hormigas y los demás bichos que te puedas imaginar.
Me quede contemplando la belleza de la nada, la belleza de llegar y estar tranquilo. Veo en un rincón una mesa con un plato, me acerco, había un pedazo de chorizo, me dejaron algo, pensé y comencé a comer, escucho un ruido de escaleras y veo asomarse a un peludo muy enojado, gritando en un idioma que no podía entender.
Me salvó que estaba la ventana abierta, me tiré de clavadito, comencé a correr como nunca había corrido, pude escapar por las calles paralelas al océano, subí por la cuadra De El León, en la Plaza de los pescadores, me encuentro con un gato que con su mirada me hace acordar a la mirada de un amigo que me dice acompáñame que va a estar todo bien.
Por instinto lo seguía, lo quise atrapar porque me daba ganas de acariciarlo, pero él no se dejaba, parecía que era un gato arisco, llegue a tocarlo, era muy suave, tropecé un ese instante y caí en las piedras calientes y húmedas.
Miro para el costado y ahora si estaba La casa de los bichos, entro, parecía que estaban durmiendo, subo a mi cuarto me acuesto al costado de Beatriz sin hacer mucho ruido. Al otro día nos despertamos nadie comento nada. Voy a comprar pan casero para la comida; dije. Ella me miro y me dijo; En esta casa no se come más pan casero.