¿QUIÉNES SOMOS?

Golpeé la puerta

por | 7 May, 2025

Golpeé la puerta para avisar que había llegado y girando la manija, abrí la puerta para entrar. La casa de mi abuela es como un chorizo largo hacia el fondo. Al inicio tiene una recepción bastante angosta por el garaje que está a la izquierda de la casa. Luego la sigue una habitación donde sobre la derecha está el escritorio con la computadora de escritorio y hacia la izquierda un placard que se encuentra debajo de la escalera que lleva al segundo piso. Pasando esa habitación está la sala de estar que se abre en todo el ancho de la casa. Sobre la derecha un gran ventanal compuesto por varios vidrios cuadrados con sus marcos de madera, que mira al pasillo externo lateral que lleva al patio, y frente al ventanal, el sillón que mira al televisor colgado en la pared opuesta. Ingresando a la sala de estar, a la espalda, quedan el inicio de la escalera y la puerta que lleva al garaje. Hacia el fondo de la sala de estar está la mesa de comedor con forma oval, acompañada por un aparador con puertas con vidrio esmerilados. En línea con la puerta de ingreso está la puerta que lleva a la cocina, última habitación antes de pasar al patio.

Mi abuela estaba en la cocina, canturreando algo. “¡Hola Abu!”, dije bien fuerte. “¡Hola Santi!”, me respondió desde la cocina. Ese domingo iba a almorzar sólo yo, mis hermanas y mi hermano tenían otros compromisos. Ingresé a la cocina. “Hola bombón”, me dijo, “qué bueno que viniste”; me dijo dándome un beso con sus labios en mi mejilla izquierda y rodeándome con sus brazos; no con sus manos que ya las había metido en la carne picada. Miré la mesa auxiliar de la cocina y puede ver pulpa de tomate, morrón, cebolla y cosas más. “Hoy te voy a hacer un tuquito”. “¡Ay abuela! ¡Y yo justo que quiero aprender a hacer tu tuco! El otro día le hice a Sebastián y no me salió ni cerca al tuyo.” “¡Ay, ese pobre Sebastián!”, hizo una pausa, “Vos decime una cosa… ¿ayer saliste sólo vos?” “¡Abuela!”, le repuse. “Te vas a quedar soltero si seguís así”. “Si vos sabes que me porto bien. Y Sebas también sabe.” Cambió su cara de desaprobación por una gran sonrisa y un ademán, “¡Me encanta verte enamorado!”, agregó. Nos echamos una carcajada los dos. “¿Querés aprender?”, me preguntó levantando las cejas. “Mirá y aprendé”.

Entonces puso a calentar un sartén y comenzó picando la panceta, luego la cebolla, que la picó casi hasta dejarla hecha una pasta, y luego el morrón. Puso la panceta, esperó a que soltara la grasa, luego el morrón y por último la cebolla. Apenas un minuto y puso la carne que fue mezclando con la espátula de madera con la cebolla, el morrón y la panceta. “Esperás a que la carne largue el jugo para ponerle la sal”, me dijo; y así lo hizo. Siguió moviendo la carne “para que se cocine bien toda y se siga mezclando la sal”. Cuando la carne estuvo cocida le agregó pimentón, y al ratito nuez moscada. Inmediatamente después le puso la pulpa de tomate y me pidió que pusiera agua con sal gruesa a calentar en una olla tapada. Revolvió la pulpa de tomate con carne y cuando el agua rompió en hervor, puso los fideos, dejó la olla destapada y apagó la hornalla del sartén; siguió moviendo la salsa hasta que la dejó para tomar un tenedor y revolver los fideos. “Al tuco ahora lo dejás reposar”, y tomando un molinillo de pimienta negra, le puso pimienta al tuco.

“¿Viste que es una boludez? Ahora, eso sí, los fideos suben y me los apagás. Los fideos se comen al dente. Es más te digo, cuando los pongas al colador, con la canilla abierta y bajo el chorro de agua fría, cosa de cortar la cocción. Después sí, los tirás al sartén y los mezclás con el tuco a fuego lento para comerlos calentitos”. “¿Y el queso rallado Abu?” su palma derecha sonó contra su frente, “¡Si seré boluda que me olvidé!”. Echamos a reír. Por suerte el boliche de don Cristo estaba en la esquina siempre abierto, era nomás tocarle timbre; como no tenía pereza, fui a buscar el queso rallado.