Era un día de mucho trabajo en la Biblioteca Municipal. Cajas con libros y manuscritos eran trasladadas del viejo local, al flamante edificio que se inauguraría la próxima semana.
La palabra y la fuerza física conversaban.
-¿De dónde sacas tanta fuerza?, preguntó con admiración la palabra.
-¿Y tú me lo preguntas? ¡Tú tienes más fuerza que yo!, respondió su amiga.
-¡Por favor! Yo apenas soy un suspiro que se desvanece en el aire, un dibujo en un papel o un tipeo tecnológico, todos fáciles de hacer desaparecer, expresó con tristeza.
-¿Cómo puedes pensar eso? ¿Realmente no conoces tu fuerza?
-¡No la tengo!
-¡Estás equivocada, mi amiga! Tú puedes derribar paredes, abrir y cerrar puertas, sembrar sueños, confianza, autoestima. Por ti se desata una guerra, pero también se firma la paz. Tú honras al amor, aunque también siembras el odio. Lo que tú expresas podrá desvanecerse en el aire, ser eliminado de la computadora, o arder en una hoguera. Pero te puedo asegurar que quien recibe tu mensaje, jamás lo olvidará, ya sea para bien o para mal.
La palabra escuchó con atención a su amiga.
-¡Eres una gran amiga! ¡Levantaste mi ánimo y mi autoestima! ¡Gracias!
-Como te habrás dado cuenta usé una fuerza conocida para lograrlo.
-¿A qué te refieres? ¿De qué fuerza hablas?
-¡Amiga mía! ¡Tuve que usarte para lograrlo!
¡Y siguieron trabajando! La fuerza física haciendo lo de siempre, y la palabra, a través de las diferentes voces que organizaban los estantes y vitrinas.
A veces se escapaban exclamaciones tales como: «¡Qué bonito quedó este!» «¿No te parece que este lugar es ideal para los niños?» «¡Ufff! ¡Estoy cansada! ¡Necesito un respiro!»
Fue una hermosa jornada en la que todos trabajaron con alegría y confianza en sí mismos.
¡Es que hace tanto bien conversar con amigos!