Era una tarde de abril, el cielo estaba nublado y las gaviotas revoloteaban por mi cabeza. Yo caminaba por Arenal Grande rumbo al Sucucho, porque tocaban Los Buenos Muchachos. Mi aspecto no era el mejor, llevaba mi pantalón favorito, que nunca me lo sacaba, remera negra y campera de jean. Llevaba un par de días sin bañarme, pero no era por gusto ¡ojo! Si no tenía problemas de agua en el mono ambiente. Tampoco me molestaba la barba y el pelo largo, como siempre. La gente a mi alrededor me perseguía, me miraba desconfiada, una señora llegó a mirar diez veces para atrás y mientras agarraba la cartera, me calenté tanto que me dieron ganas de robarla, pero eso no estaba en mis planes. Quería llegar a ver a los Buenos con la mejor onda y alegría. Cuando coincidimos en una esquina, la ayudé a cruzar a la señora y le robé una sonrisa.
El Sucucho estaba allí a media cuadra y mis ojos se me llenaron de lágrimas. Era como ver el paraíso, cuando me fui acercando ya parecía el infierno de Dante, Cancerbero estaba en la puerta esperando que alguna gárgola se distrajera para afanarle lo que sea. Pago la entrada y me quedan algunas monedas para comprar beberaje, no me dio para mucho pero pude entrar entonado.
Los Buenos Muchachos tocaron pero fue como un flash, un relámpago. Enseguida empezaron a irse los zombis y mutantes. Yo quedé infiltrado con el personal del Sucucho. Me hice amigo de Beatriz que andaba en la misma, nos sentamos en las escaleras mientras que mirábamos a los que estaban barriendo el lugar. Algunos entraban con bebidas extrañas y guitarras. Nos dejaban las botellas para servirnos a gusto, ya era cerca del mediodía cuando aparecieron los hermanos Dalton del camarín, se sentaron en las escaleras atrás nuestro y comenzaron a tocar algunos temas acústicos mientras se peinaba el cabello. En la tarde cuando se le acabó el repertorio comenzaron a improvisar.
Le pregunto a Beatriz si tenía hambre, me dice que hace un rato fue hasta 18 de Julio a comprar un choripán, mi estómago ya no aguantaba más, pero no podía moverme de esas escaleras, el Sucucho me estaba tragando. Llegó la noche y los Dalton ya se habían ido, quedaba algún plomo, Beatriz y yo. Era como que mí cabeza y los pies no estuvieran conectados. Quería ir a comprar ese choripán y terminar en el mono ambiente con Beatriz, pero no podía salir del Sucucho. Pasaron los días y seguía allí sentado, me di cuenta que Beatriz no existía y que había quedado en ese lugar encerrado.