El miércoles fue el cumpleaños de Claudia, así que el sábado temprano tomé el bus a Carlos Reyles para llegar a tiempo a misa de nueve y agradecer por la vida de Claudia; pasamos por tanto… Ella obvio que no fue a misa, totalmente contraria a la Iglesia y te diría que hasta negada de Dios, pero a mí no me importa, somos amigas y nos aguantamos desde que nos conocimos changando en la esquina del viejo molino Caorsi donde nos juntábamos junto a otras compañeras.
Salí de misa, mate y cartera en mano, feliz y contenta a lo de Claudia, yo era la única amiga que iba a festejar con ella. Su familia la abandonó hace muchos años, antes que nos conociéramos. En una casa de tres piezas que alquilaba a los hijos de un viejo ya difunto, vivía hace unos cuatro años; desde que consiguió trabajo fijo en la Junta. Nos dimos un abrazo prolongado al vernos; siempre nos movimos entre la alegría y la crudeza de ser. “¡También preparé mate!”, expresó apenas nos separamos. “Me imaginé. Pero seguimos con el mío, ¿te parece? Que está tibiongo. Así lo terminamos.” Pasamos a la cocina y no había nada en la mesada ni se sentía el horno prendido. “¡¿Y esto?!”, exclamé y me entendió enseguida. “Es que me quedé pensando – comenzó a responderme – los chorizos de acá no me gustan…”. “Boluda, te traía de Durazno”. “No, pará. Me quede pensando… ¿y si hacemos unas pizzas?”. “¡Ay sí! Me encantó tu idea. Porque aparte con este frío le metemos pizza, charla y mate toda la tarde. ¡Me encanta tu esssspíritu!”, grité hacia el techo.
Apoyé mi cadera contra la mesada y comencé a repartir los mates mientras Claudia ponía la harina en un bowl. La levadura y el azúcar de un lado y en el borde contrario la sal; en un hueco al centro el aceite y el agua tibia. Amasó con mucha paciencia y durante bastantes minutos, hasta que tapando el bowl con un repasador, lo apoyó en el piso frente a la salamandra encendida en el estar. Nos sentamos a charlar mientras la masa leudaba. Y cuando estuvo pronta, volvimos a la cocina donde Claudia fritó ajo picado muy muy chico con apenas un poco de aceite y luego le agregó pulpa de tomate que dejó calentar unos minutos para luego apagarla. De la masa sacó cinco boyos, estiró el primero que fue a dar a una asadera pinchado con un tenedor. Apenas unos minutos y la masa ya se había despegado de la asadera, momento justo para ponerle la salsa y el queso.
La primera pizza salió a los minutos, orégano por arriba y esperamos que enfriara; nada peor que quemarse el paladar con queso y pulpa de tomate. Probamos el primer pedazo… que alimento tan sencillo y tan celestial; y qué bien que le va al mate, a los días fríos y a las charlas cargadas de positividad y vivencias de la calle, del barrio, de las compañeras y los amigos que siempre estuvieron allí.