¿QUIÉNES SOMOS?

El final de Rodríguez

por | 7 Ago, 2024

Estas reflexiones proceden de la lectura de Rodríguez de Francisco Espínola, pero, particularmente, del final de ese relato. Leído el cuento, que por cierto nos parecía fantástico, no habíamos advertido el tenor de su desenlace. Al principio tuvimos dudas pues podría ser que estuviésemos viendo cosas que no existían. El cuento plantea la tensión entre el intruso y Rodríguez, un apellido frecuente para representar al hombre común de estos pagos. El relato va virando y en el último párrafo se centra en el oscuro, expresión para designar al caballo del diablo, que ya ha mostrado las habilidades y poderes de su jinete: fue convertido en un «tordillo como leche», en toro y, posteriormente, en bagre.

Al comienzo del cuento el caballo es gobernado por los deseos del otro. Talonea sobre el animal y dispone el encuentro con Rodríguez. Una pretendida actitud de dominación, a través de poderes mágicos que remiten a la figura del mal, pero que, progresivamente, lo llevará a su propia degradación ante el fracaso de comprar el alma del protagonista. Hay una desazón gradual y una presencia ridícula del pegajoso, pierde su estabilidad emocional, tal vez representada en su voluntad de ponerse a la par de Rodríguez, aunque «casi se dio contra unos espinillos». El caballo del otro es instrumento del poder de su jinete. Por su parte, la imagen del bagre expresa el absurdo, la ridiculización de un personaje que encarna el mal, tal vez al diablo, y que en la tradición cristiana, dispone de poderes, tan superiores como los del bien. En palabras del propio Espínola «Yo soy muy cristiano. … Porque en el fondo no me parece que haya nadie malo …» tanto es así que los poderes del diablo son inútiles.

El caballo aparece por primera vez en el cuento mediante una alusión a su color («negra cabalgadura») y, a su vez, sometido a las intenciones de su jinete («taloneó»). En el proceso al que se hace referencia con respecto al animal, el otro, a medida que Rodríguez se desinteresa por sus ofertas, se va debilitando. Es así que ante las negativas, su mirada pasa de ser «un cuchillo de punta» a la de un «cordero». De esta manera, progresivamente, parece ir debilitándose en su desesperación por conquistar el alma de Rodríguez.

El intruso denomina a su caballo, por única vez, como «negro viejo». Esto no solo da idea de familiaridad entre el jinete y el animal, sino que también el adjetivo, viejo, podría referir a dichos del uso popular sobre la vejez del diablo (sabe más por viejo que por diablo).

En los instrumentos de poder del otro están presentes la tierra, el toro; el agua, el bagre; el fuego, «la llamita en palmatoria», y la representación del pecado original y la tentación, en la imagen de la serpiente. Asimismo, también se presentan algunas dualidades, como blanco/negro, charlatanería/silencio, demostración de poder/indiferencia, provocación/rectitud, noche/luna (que pone todo como si fuera de día), expresiones que no hacen sino complementar las diferencias entre los personajes de este cuento. Cabe agregar que la rectitud se infiere a partir de la propia indiferencia de Rodríguez ante las tentaciones que le ofrece el pegajoso, por su conducta inamovible. Asimismo, hay una progresión en el desarrollo del otro que transcurre entre la confianza de seducir a Rodríguez, el nerviosismo frente a su mutismo, la desesperación, la rabia y, finalmente, el absurdo. No obstante, esa noche clara volverá a ser el escenario para esperar y seducir a algún otro jinete.

Pero empezamos a sospechar de la zorrería del viejo Paco. ¿Por qué centra el final en el caballo? ¿En realidad centra el final en el caballo? Un desenlace verosímil sería que al ver a Rodríguez inmutable, el diablo desquiciado pasara a apostarse nuevamente «entre los sauces del paso» para esperar otra presa. También sería posible exaltar la dignidad del criollo o un final con una moraleja subyacente. Pero Paco no hace nada de eso, aunque esas cosas están latentes por allí.

Tal es esa debilidad del mal, paralela a la fortaleza del bien encarnada por Rodríguez, que adquiere intensidad el caballo del intruso. Es el animal que, «otra vez oscuro», inspirado en el mal de su propio jinete «muestra los dientes» y se apuesta nuevamente sobre el paso. Es la figura en la cual se depositan los signos de poder: el animal dirige al jinete, este ya no conduce, sino que es conducido. El intruso es avergonzado, por la creación de su propio poder, ignorado y, luego, furioso.

Existe una complicidad en las imágenes del jinete y su caballo, son, acaso, una unidad que retroalimenta su vocación de conquistar mediante pruebas y poderes o, de lo contrario, dos figuras que se complementan con un mismo fin. Otra opción sería la voluntad de adjudicar al animal un rasgo concedido al otro con una fortaleza alternativa cuando aparecen las debilidades de éste último.En el último párrafo del relato se dice «para volver a apostar» y no «para volver a apostarse»” lo que da lugar a interpretar que el jinete no ejerce su voluntad, sino que quien decide es el animal. Volver «a apostar» podría significar que el caballo, el otra vez oscuro, es parte activa del desafío; se ha apostado y lo volverá a hacer con el diablo para tentar a otro criollo. Pero también, si apostar a su jinete fuera una referencia a un juego de azar, el caballo manda y el jinete es el instrumento. ¿Será que en ambas acepciones es el caballo el que conduce la situación?