No quiero que les pase nada. No quiero. No quiero que los lastimen. No quiero. “Hacé silencio, hijo” me dijo mamá. Y se fue. Me dejó oculto en este cuarto oscuro en el que no me veo ni las manos. No quiero que les pase nada, pero no sé si eso se cumpla. No puedo ver las estrellas fugaces para pedirles el deseo de volver a ver a mis padres. “Hacé silencio, hijo” me dijo y al irse escuché a los policías que le gritaban. Ella no gritó. Pero estoy casi seguro que le pegaron, que le hicieron cualquier cosa. No debe ningún ser humano someter a otro. Además yo no sabía por qué tenía que esconderme, por qué tenían que tratar mal a mamá. Mis padres y yo vivíamos felices, ellos trabajaban mucho y siempre se llevaban bien. Esa misma tarde estaba yo jugando en el fondo con un camión de madera que papá me fabricó con sus propias manos y llegaron los policías. Papá se despidió de mí sonriendo y entrando en esa camioneta oscura. “Decile a mamá que me fui con la policía” me gritó alegremente. Las cosas que hacen los padres para que sus hijos no veamos su sufrimiento. Cuando se lo dije a mamá quedó pálida y le brillaron húmedos los ojos. Mamá amaba tanto a papá que de solo imaginarse lo que le iban a hacer se le dobló el corazón y no lloró solo porque yo estaba allí. La rabia contenida es una bomba que te autodestruye. Las personas deberían trabajar mucho, amar y tratar bien a las personas, pero esta época oscura me demostró que hay seres humanos que tienen la habilidad para ser malvados y hacer que otros sean malvados por ellos. Esa noche, después de que se llevaron a papá, la casa estaba en silencio, mamá cocinó algo. Ella tenía ganas de llorar, lo sé. Se sentó conmigo en el sillón y leímos en silencio un libro que hablaba de la libertad de los pájaros. No pronunciamos una palabra pero ella me abrazaba, me acariciaba el pelo, me daba besos en la cabeza y en la frente. Se sintió el frenar de un auto en la calle, frente a casa. “Es papá” le dije a mamá mirándola. Ella me arrastró rápido al cuartito de arriba y me dio el más triste beso y me dijo “Hacé silencio, hijo”. Cerró la puerta y nunca regresó.