El camino se extendía por el campo,
bordeado de chilcas y espinas.
El sol esplendoroso,
hacía brillar las piedritas
que sostenían sus bordes
como poniéndole límites al pasto.
Todo era luz bajo aquel cielo infinito
y las aves disfrutaban planeando
aquella vastedad límpida e inmaculada
de color azul.
La expansión sosegada,
nos permitía una dulce
y plácida contemplación silenciosa…
La inmensidad con su infinitud
acariciaba nuestra alma,
que se extasiaba embelesada
con arrobadora calma.