¿QUIÉNES SOMOS?

Abuela era punk

por | 18 Jun, 2025

“Pasá que están en el fondo” les decía la señora bajita y flaca mientras estiraba su brazo indicando el camino después de darles un beso a cada uno de los muchachos que entraban con instrumentos a sus espaldas. 

El galpón antiguo, de puertas altas y de madera da a un fondo verde lleno de gorriones que esperan el plato de arroz que se estaba enfriando en la cocina. 

Entraban y saludaban al baterista que hacía horas que estaba allí sentado en la banqueta de un piano fumando e intentando sacar piques a los bateristas que tocan en sus auriculares. 

“Ahora viene aquel, salió hace unas horas para acá…” dijo el bajista vestido de negro con ropa rota mientras enchufaba el plug en el amplificador que antes fue radio.

El baterista se acomodaba y el guitarrista con un tabaco recién terminado y apoyado en sus labios colgaba su guitarra eléctrica barata conectada a un amplificador pequeño.

“Salve?…” se miraron, el baterista hizo la cuenta y cuando estaban para caer en el acorde de La furioso y distorsionado se abre la puerta, entra primero una mochila y luego el giro del cantante.

Los ojos se iluminaron y los rostros adustos se convirtieron en niños sonrientes.

“Lo conseguí en la aduana con unos bolivianos que venden pesado… metimos colecta y salió más barato” 

El trozo de ladrillo de porro brillaba dentro de la bolsa de supermercado. Mientras unos acomodaban el palo de escoba para pegar con cinta adhesiva un micrófono conectado al equipo del bajo, los otros sacaban de un mueble aéreo una licuadora que dormía allí hace años. 

“Dale, cuando cuente tres toco fuerte y ustedes la prenden…”

Los tachos y platos sonaban fuerte, retumbaban en el cielorraso de bolsa de arpillera blanqueada mientras el lugar se envolvía en un aroma a especias paraguayas. A veces se trancaba en la hélice pero funcionaba bien. 

Armaron un porro enorme y marrón oscuro mientras el frontman con su lugar listo guardaba en el mueble la máquina de picar.

Una vuelta del porro y antes de tocar ya sabían que no estaban ahí, que tocaban en otro lugar pero que a la vez no es ningún lugar. Sonaban furiosos, enojados y sin pensar mucho, solo sentir.

Las vueltas de humo siguieron y las canciones propias y de otros subían por las paredes hasta querer reventar el techo. Cuando terminaron “Delincuencia” de La polla Records, escucharon un golpeteo tímido en la puerta. 

El baterista abrió la puerta despacio y vio a la anciana con una bandeja cargada de bizcochos y café con leche.

Los punks sudados y de mirada esquiva al ver la figura menuda y sonriente nuevamente se convirtieron en niños.

“Muy linda la orquesta chiquilines… tienen que tomar la leche porque hace mucho que comieron ya”

El baterista bajó la mirada, sonrió levemente y pensó para adentro 

“La abuela es la más panquis de todos…”